jueves, 27 de septiembre de 2012

Canción +20: cada viernes en el Caligari

Escrito por Carlos Melián Moreno
Foto: Yordanis Ricardo  
Tomado de www.esquife.cult.cu 
Gerardo AlfonsoGerardo Alfonso, demorado por un leve aguacero, fue el primer invitado de Canción + 20, una serie de conciertos que cada viernes en la terraza del Caligari, Holguín, tendrá a un trovador o agrupación que connote de alguna manera el espíritu juglar, “friki” y “grupie”, de las Romerías de Mayo. 

Canción + 20. Un cartel en blanco y negro, papel bonn, anuncia la cola de artistas que están confirmados para el montaje de estas actuaciones benéficas. Según el anuncio, el primer viernes --el pasado--, hubo de ser Raúl Torres, pero el huracán Isaac lo hizo regresar a casa; el segundo fue Gerardo Alfonso y el tercero será William Vivanco.

Pero el cartel no explica de qué va todo. Las Romerías de Mayo, festival de juventudes artísticas, cumplirán en 2013 dos décadas de constituido. De esta manera, con los conciertos, el tambor redoblará ascendentemente hasta el clímax de Mayo, cuando nuevamente artistas, “frikis”, y “grupies” vuelvan a reunirse en Holguín, sus parques, y su locura.
Veinte años. Parte de las muchachas que estaban esta noche allí, oyendo a Gerardo comenzaron hace veinte años en su comité organizador estando tersas, sin hijos, ni perros ni gatos. El recuerdo es femenino porque probablemente, tras bambalinas, las hembras siempre fueron mayoría.

Un grupo de jóvenes que salía de la bonanza económica de los 80, que veía cerrársele el cielo entre apagones, falta de alimentos y servicios básicos, quiso como dice Alexis Triana, uno de sus fundadores, «restaurar la utopía, el optimismo» con un festival que dentro de la crisis, y escasez imposible de los noventa, reprodujera lo contrario: el exceso, la exuberancia del arte.


En su primer año, 1993, fue un grupito de trovadores alrededor de una olla de sopa de viandas sobre una brasa exótica, todas lo eran en aquel momento: trozos de puertas, sillas, papeles y árboles de la avenida, ardiendo.


Luego, con la recuperación económica, conoció una paulatina expansión, una ambición por demás imposible como el propio gesto del artista: un Festival de Festivales, todas las manifestaciones, música, danza, poesía, cine, artes plásticas, en un mismo espacio físico y temporal: mayo, en la Ciudad de Holguín.


Una fiesta de la modernidad. Y aunque estuviese, por su nombre, anclada en una antigua tradición católica: subir la Loma de la Cruz, la única elevación que preside la Ciudad, no se puede afirmar que la bulliciosa banda escaladora cada tres de mayo sea de creyentes, ateos, artistas, ingenieros, comunistas, liberales o vagos. Sí se podría afirmar que es una “enorme gana” de divertirse y gastar poco.


Durante estas dos décadas los que viajaban aquí conocieron sin saberlo a algunos de los actuales mejores músicos, escritores, pintores o actores de Cuba; iban allí y solo eran eso: artistas en pujanza, con un futuro incierto. Asimismo, otra parte olvidada de ellos, luego de dos décadas, seguirá siéndolo: en pujanza, con un futuro incierto.


Y es que el evento nunca fue de oropel, de alta selectividad; se cruzan el buen gusto con el kitsch; lo altísimo con lo rastrero; lo auténtico con su copia inferior, pero ese exceso, esa apertura de voces, esa oportunidad de protagonismo universal durante cinco días sigue siendo lo más interesante, lo que hace de él un evento único y sin precedentes en el país.


Para muchos artistas y escritores las Romerías es la casa, la que puso y pone fe en ti, el punto de encuentro con el te acuerdas, o con el uno mismo que se deja de ser paulatinamente, con el cansancio o el reconocimiento.


«Y estábamos peor que ahora» recordó Triana frente al micrófono, antes de cederle el escenario a Raúl Prieto, el anfitrión de estas noches; (luego vendría Gerardo, el plato fuerte).


Actualmente, para sobrevivir, el evento ha tenido que encontrar fórmulas de autofinanciamiento: el turismo es uno de ellos. Siempre tuvo sponsors pero las ayudas son, por la crisis, cada día más agarradas. En la nueva época también enfrentan una nueva figura: el racionamiento. Un dibujo reciente en la cabeza de sus organizadores.


En los noventa «estábamos peor, teníamos menos que ahora», repitió Triana. Y efectivamente, lo hacían. Nadie les pedía, aun en la frenética carrera de país por no hundirse: las marcas extranjeras, los anuncios, el turismo alienante… nadie les pedía que tenían que autofinanciarse.
Gerardo Alfonso cantó unas quince canciones. Una de ellas fue El caballero de París, dedicada a un hombre que deambulaba La Habana en los inicios del siglo pasado. Se dice que su origen era de ralea; tenía unos “drelocs” blancos que le caían hasta la cintura. Cargaba con periódicos viejos y sucios; comía restos de comidas, y dormía por ahí. Probablemente era feliz, como se cree de los alienados; o sufría con todo esto. A quién le importa realmente, hoy tiene una canción, una leyenda, y una estatua.
«Cuantos años, cuantos sueños rotos», cantó Gerardo.

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