sábado, 7 de mayo de 2011

Tierra de nadie

Por Esther Díaz Pérez

Cuando vi Ciudad de Dios, pensé que se trataba de otra hipérbole cinematográfica para arrancarnos unas cuantas lágrimas a los televidentes o engordar la lista de premios “gordos”. Sin embargo, las experiencias de Marcelo Andriotti con el proyecto Favela Mundo confirman su veracidad.

Mientras la violencia roba la inocencia en los recónditos parajes brasileros, la perseverancia quijotesca de este joven actor les devuelve la esperanza. La convicción de que el trabajo cultural conducirá al necesario desarrollo social y aliviará las pesadillas de los pequeños, le inspiran a romper la hostilidad de la favela.

En este proyecto socio-cultural, más de 800 niños reciben clases de teatro y guitarra, ejercitan el cuerpo al compás de la música retro, hip hop, ritmos afro-brasileños, aprenden bailes de salón y practican el maquillaje artístico.

Se imparten conferencias sobre sexualidad, higiene personal e invitan a psicólogos para educar a los niños y su familia. También enseñan Matemática, Ciencias y Lengua portuguesa, con el requisito de no abandonar su escuela y el propósito de que “vuelvan a ser niños, y sueñen con algo más que ametralladoras”.

En la favela conocida como Franja de Gaza, Marcelo tiene la certeza de que “el arte puede marcar la diferencia en la educación de una persona, en un proyecto de cariño y amor”.

Sus ojos se tornan más brillantes al saber que sus alumnos ya no se pelean y se expresan mejor, aunque también se entristecen al contar que uno de sus estudiantes ansiaba conocer al Río de Janeiro de las telenovelas, paraíso terrenal de extensas regiones boscosas, ríos caudalosos y carnavales despampanantes.

Mientras al sur se erige el Cristo Redentor, las clases acomodadas toman baños de sol en Copacabana, existe un norte que la prensa rosa ignora por su triste apariencia. Una “tierra de nadie”, donde los niños asisten a la escuela en busca de comida, venden chicle por unos reales o piden limosnas.

Andriotti y sus cinco compañeros llevan un bálsamo a estos pequeños carentes de todo. Aunque los tilden de ilusos, les repiten que “la escuela les dará nuevas oportunidades, allí conocerán su mundo interior para luego conquistar el universo”, así como el niño de Ciudad de Dios desafió los designios de la favela.

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