Foto: Elder Leyva
En una tarima comenzó a arder con su música, desde las 9:45 de la mañana. Aquí en casi todas las 18 Romerías anteriores, ha llovido. Por el momento, el sol derrite las cabezas, y los músicos apenas se perciben tras el humo de las hornillas, la agrupazón de cocos, mochilas, cerdos en púas, banderas, decenas de pregoneros despertando su amanecer; pollos frustrados que se balancean dentro del aceite hirviendo. Casi no se puede caminar, un mar de sombrillas trata de protegerse del sol, deja colar la música dentro del caparazón de telas y varillas.
Mucha gente apenas alcanza ver, sin embargo, todo el mundo se mueve, a compás de los números más conocidos de Arnaldo, desde un tema de telenovela, hasta piezas que llevan en la médula la musicalidad del cubano. No hay quien “coja mangos bajitos”, porque la descarga parece no tener fin, las vestimentas de colores airean el ambiente. Además del regusto popular, ¡cuántos niños! Todo se nubla. Aparece la incógnita: “? Lloverá?
Aquí se demuestra con creces lo contradictorio entre la dificultad de aprenderse las tablas de la matemática, y la facilidad con que se arma y sigue un estribillo musical, mediante un coro de miles de voces.
Hay un brindis por los trabajadores y los jóvenes. Una legión de sombrillas se rinde, como culebra, ante el contagio de una conga. Así se bailó, bajo un talismán de música, el primer día de Mayo, apenas 24 horas antes de expandirse como una bomba de racimo, las andanzas de más de 270 invitados de 25 países y millar y medio de participantes en las Romerías…
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