La diversión se traslada a guaguas, pasillos y parques. Muy dentro hay una suerte de amistad, donde todo es supremo y nada imposible, donde queda claro que el quehacer artístico es un vendaval de pasiones: lúdico, ennoblecedor, espontáneo, contradictorio, estresante... Paralelo a los artistas que nos acompañan, hay personas pintorescas: poetas sin versos, cantantes sin voz, “juancandelas” locales en el interior de un ómnibus o en hogares. En Romerías, cualquier cosa pasa. Todos son creadores.
Algunos envían sus obras ante la imposibilidad de venir, porque quieren que parte de ellos esté aquí. La amiga mexicana Rocío Heredia manda “Transfiguración”, y escribe al Comité Organizador, pues no quiere perderse las particularidades del evento, a pesar de la distancia. Así son los romeros: viven por el arte.
Ellos enarbolan el lema tradicional del evento Porque no hay hoy sin ayer e incorporan el de Corazón adentro, pues interrelacionan con habitantes de comunidades de la provincia. Sí, los aires artísticos se extienden a otros municipios.
Cada tres de mayo holguineros e invitados rememoran la tradicional festividad, y suben el Hacha de Holguín hasta la cima de la Loma de la Cruz. Tal vez allí, en el punto más alto de la ciudad, algunos recuerdan al fraile franciscano Antonio de Alegría, y piden un deseo. Así lo hacían los antiguos pobladores. Así lo hacen modernos amantes de sus raíces.
Las Romerías contagian y apasionan, buscan las esencias y no se conforman con el horizonte. Su interior no tiene dimensiones, es infinito, absoluto, donde se entra despojado de brevedad para cultivar el deslumbramiento. La antorcha del arte ilumina a Holguín.
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